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Foto del escritorLorraine Ciudadella

Voy a votar ¡Por mi abuela!

En 2015 con 82 años, Párkinson avanzado, demencia senil y movilidad ultra limitada, mi abuela nos hizo una de sus últimas peticiones: Que la lleváramos a votar.


Este domingo la consigna para mí es personal: Votar por ella (en nombre de ella) y también por mí misma: Votar por y para que nadie elija por mi y lo que quiero hacer o no en un domingo de verano, independientemente de lo que suceda después en las cámaras, el congreso y el Palacio Nacional.



Mi abuela Olivia Ramos nació en Amatitán Jalisco en 1933. De adolescente se mudó a Monterrey con sus papás y aquí hizo lo que no muchas mujeres de su época hacían: Estudiar una carrera universitaria. Mi abuela estudió y en serio: Se graduó de Contador Publico (licenciatura no muy común para las mujeres de su generación) y más tarde estudió Inglés profesional: Todavía hoy y a pesar de haber estudiado en escuelas bilingües, todos en la familia podemos afirmar que en casa nadie hablaba mejor inglés que ella. Sus papás la apoyaron en todo a pesar de ser de oootra generación y hasta como dicen “De provincia”.


Luego en los 50’s se casó con mi abuelo Héctor y vivieron en Estados Unidos un tiempo. Regresaron a Mexico e hicieron su familia.


Mi abuela fue una mujer bastante revolucionaria para su época. Era la suya sin embargo una revolución muy diferente a las que estamos acostumbrados. Ella siempre actuó en silencio. En general no platicaba muchas cosas ni era la típica abuela de los delantales y hornear galletas. Vestía de colores sobrios, no le gustaban las multitudes y leía todo el día. ¿Qué pensaba de lo que leía? Un misterio porque nunca te lo compartía. Leía creo yo porque genuinamente le gustaba leer y enterarse de primera mano. No le gustaban los alborotos, los extraños en casa ni las platicas con mucha gente. Realmente era una persona introvertida, así que cuando espontáneamente soltaba una platica, todos escuchábamos con atención.


Recuerdo cuando nos contaba que de joven las mujeres no podían votar, y que no fue sino hasta 1953 que el presidente Ruiz Cortines les dio el pleno derecho de poder votar y ser votadas local y federalmente. Desde entonces, mi abuela nunca faltó a una elección. También recalcaba que a diferencia de muchas mujeres de su generación, su esposo nunca se lo prohibió. Hizo mucho hincapié en eso “Hector y yo siempre fuimos juntos a votar mijita” Supongo que era su manera de decirnos que había qué escoger bien a tu pareja.


Esa fue literalmente, su última salida de casa antes de que una ambulancia la sacara de su recámara ya inconsciente en una camilla 6 días antes de morir en Noviembre de ese mismo año.


Y no tengo dudas de que ella planeó que esa fuera su última salida y que aunque ya tenías muchas dificultades para expresarse, para pronunciar nuestros nombres y eventualmente hasta para reconocernos, de alguna manera u otra se ingenió la cuenta de los días para saber que se acercaba el domingo electoral. Había muchas ocasiones en las que ya no podía reconocer el día de la noche, pero no ese domingo. Se despertó puntual a las 7 de la mañana y se dio el lujo de escoger su ropa: A pesar de que siempre vestía colores sobrios, ese día nos pidió que le pusiéramos una camisa de vestir blanca con delicadas líneas rosas. Poco usaba esa camisa, pero las mujeres solemos hacer manifiestos al vestir y conociéndola no tengo dudas que esa elección de ropa también llevaba mensaje subliminal.


Los vecinos tenían más de un año de no verla. Cuando la sacamos de casa para subirla al carro y conducirla unas cuadras cerca de casa a la casilla electoral, fue todo un acontecimiento en el barrio: “Ahí va Doña Olivia” decía la gente y saludaban de lejos.


Esa casilla era además, la casilla en la que ella habría votado toda su vida electoral. En la década de los 50’s después de regresar a México se asentó en el barrio y nunca volvió a mudarse.


Cuando llegamos a la casilla con mi abuela en el carro, mis primos se bajaron para calcular el perímetro y planear por dónde bajarla, sentarla y maniobrarla. Realmente era muy difícil moverla. Todos alrededor nos reconocían y estaban emocionados de ver mi abuela. Los funcionarios de casilla, muy amablemente nos explicaron que un custodio podía acercarle la boleta y el buzón al automóvil, pero que sería ella quien tendría que marcar su boleta manualmente. Así hicimos, y aunque las manos le temblaban muchísimo por el Párkinson, mi tía Diana le sostuvo el brazo y la boleta para que pudiera hacerlo. Ella misma depositó las hojas en el buzón mientras todos aplaudían y estábamos como a 40 grados.


Este anécdota lo tengo bien registrado en mi memoria cada domingo de verano que hace calor y dudo en salir a votar “Como quiera hacen los políticos lo que quieren con uno” pienso. “Mi abuela hizo lo que quiso con su vida” pienso después, me pongo la ropa, y salgo a votar.

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