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Foto del escritorLorraine Ciudadella

Campo y Ciudad ¿Juntos?




La palabra globalización ha sido en los últimos años empleada como sinónimo de “grandeza” “avance” “futuro”; hay certeza en ello. Sin embargo, hemos propuesto entre otras cosas que la vida en la ciudad es el primer paso para alcanzarla. La ONU estima que para el año 2050, el 68% de la población mundial vivirá en ciudades, frente al 55% actual. La pregunta entonces es: ¿Qué tipo de ciudades estamos desarrollando? ¿En qué ecosistema urbano deseamos vivir?



El escenario actual es poco prometedor. Las ciudades han expulsado de sus centros urbanos a los productores del recurso más indispensable para la vida: el alimento. Los centros urbanos -el espacio territorial más preciado- han sido cedidos a otro tipo de actividades como los servicios, el comercio y la industria. Las actividades primarias se han desplazado lejos provocando un rezago del que pocas veces se habla o se es consciente: los alimentos tienen que viajar kilómetros para abastecer a las ciudades.



Esto es entre otras cosas debido a que se ha especulado a gusto y conveniencia de algunos sobre el valor de la tierra. El interés privado se encuentra muchas veces por encima del interés público, y la práctica de la agricultura es para muchos un oficio ‘del pasado’, anti cosmopolita, no sofisticado, y en ocasiones hasta denigrante, por lo que se ha provocado un fenómeno de ciudades en los que ni las zonas agrícolas ni los agricultores, van dentro de la narrativa.


Hay algo que no debemos olvidar: todos las razas humanas, todos los continentes, todas las civilizaciones, todos los asentamientos humanos del mundo tienen un origen común: la agricultura, a la que considero propio definir como la domesticación de la naturaleza en su forma más sublime, para la vida del ser humano.


Es indispensable que re-valoricemos y re-dignifiquemos la profesión del agricultor. Es esta profesión y no otra, la razón por la que el homo dejo de ser aquel nómada que tenía que vivir desplazándose de un lugar a otro en busca de una fiera que cazar y alimentarse, para convertirse en sedentario, al descubrir que podía trabajar la tierra, y diseñar estructuras de organización social eficientes. La agricultura es no solo uno de los oficios más antiguos, sino también, el origen de las ciudades.


EL PROBLEMA HOY

Las ciudades han alcanzado el campo. Las manchas urbanas se han extendido con el paso de los años y lo que antes era concebido como periferia, hoy en día está siendo ocupado por suburbios de viviendas de interés social e incluso por naves, bodegas y corporativos industriales.


Estas zonas periurbanas, antes ocupadas por huertas de cultivo para el propio abastecimiento de la ciudad, adquirieron un valor económico considerablemente atractivo para los desarrolladores de vivienda y fraccionamientos, y en muchos casos, estos mismos desarrolladores han coincidido sus agendas con las propias de las autoridades municipales y regionales, que modificaron los usos de suelo de las zonas junto con las leyes de vivienda, permitiendo desplazar a todo aquello que no formara parte de sus proyecciones (e intereses personales) sobre el futuro.



El resultado fue que los campesinos, tuvieron que desplazarse aún más lejos para continuar con sus vidas y sus cultivos, ya que eran “expulsados” por el contexto y sus circunstancias, que tras los cambios en leyes y el paso del tiempo, no correspondía a su nivel socioeconómico.


Al desplazarse a zonas lejanas, que en muchos casos no cuentan con los servicios básicos ni la infraestructura elemental para un asentamiento humano, han reducido su calidad de vida teniendo que empezar desde cero. Algunos con el paso del tiempo logran establecerse y recuperar la dignidad, pero no todos corren con la misma suerte, y es que, al encontrarse sus huertas de cultivo muy lejos de las zonas metropolitanas, son castigados por el mercado competitivo que no está dispuesto a pagar el precio que implica el transporte de las cosechas provenientes de estas zonas rurales lejanas a la ciudad.


Algunos han malbaratado su trabajo y con ello su dignidad, y han entrado en el juego impuesto por el mercado abusivo que no está dispuesto a pagar el alto precio de la “globalización” que profesa, y que implica desplazar las zonas de cultivo de la ciudad. Otros, han dejado el negocio y han optado por buscar otras formas de vida, regresando a la ciudad que alguna vez los expulsó, esta vez: como empleados de limpieza, lava coches, peones de albañilería, ayudantes generales, limosneros y en algunos casos, como delincuentes.



Pero la ciudad también está pagando el precio. Y es que, al desaparecer la agricultura regional cercana a la zona urbana, los ciudadanos tienen que pagar un sobreprecio de las hortalizas en el supermercado, debido al costo de la transportación e impuestos de las mismas provenientes de zonas cada vez más lejanas. En algunos casos, hay alimentos que tienen que ser importados desde otros países. El otro día estando en un supermercado, noté que las manzanas que exhibían eran producidas en Washington (EU); me pareció ilógico, irracional, irrisorio, dado que en el municipio de Galeana (a menos de 200 km en vía terrestre) son producidas de igual calidad.


Pagamos también un precio alto en salud. Y es que, al provenir nuestros alimentos de lugares tan lejanos, tienen que ser sometidos a tratamientos químicos que ayuden a conservarlos por más tiempo, además de darles color y sabor artificial, ya que tienen que ser cosechados prematuramente para poder soportar todos los días que implicará su travesía de un país a otro, incluyendo los largos tiempos de espera en tramites entre frontera y frontera.


Es por ello que la agricultura regional periurbana, hoy en día, más que una tendencia, es volver a lo tradicional; más que una opción es una necesidad. El rescate de los espacios baldíos en las ciudades es un tema que debe ser tomado en cuenta por las autoridades locales, por las comunidades de vecinos y sobre todo, por las universidades.




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